"Sentada a la mesa de un bar de la Avenida Francisco de Miranda, disfruto a través de la vidriera de una de las mejores vistas urbanas de Caracas.
El edificio Galipán, justo enfrente, luce espléndido, gran trasatlántico de los cincuenta.
El vidrio de la fachada donde estoy le ha desdibujado el escombroso abandono y le confiere ciertos brillos empañados.
Asimismo, las masas estridentes de sus dos monstruosos vecinos, confundidas en el reflejo de la vidriera, desaparecen un tanto y casi me molestan menos. Disfruto inmensamente de la vista, y de mi Gin & Tonic. Imagino cómo era aquel lugar en 1952, cuando se inauguró el edificio.
La avenida como dijéramos una vez en un libro del Instituto de Arquitectura Urbana 1, luciría "nueva y flamante", prácticamente construida para el uso exclusivo de la "gigantesca megaestructura en medio de grandes lotes baldíos de terreno".
El edificio se asienta majestuosamente a su orilla como un "mundo urbano en sí mismo, como un pedazo aislado de ciudad".
En aquel entonces lo habíamos escogido entre los 10 mejores edificios de vivienda multifamiliar de los años cincuenta y le redibujamos cariñosamente sus plantas, sus secciones y sus alzados, cuidando mucho en delinear bien cada antepecho, cada baranda, cada alero (que tánta familiaridad tienen con los de su notable pariente, el Hotel Tamanaco, otra espléndida obra del arquitecto Gustavo Guinand), a fin de salvarlos para la posteridad, erigiéndolo con nuestro devoto esfuerzo en un sitial de honor: una de las operaciones de mayor confianza urbana de la época.
Arriba en el último piso, un amplio restaurante coronaría la corpulenta fábrica a lo largo de una terraza sobre la curvatura central del volumen, rutilante de luces festivas y repleta de gente, y desde cada uno de los dos penthouses en las cinco puntas del edificio, los inquilinos, todos gente muy chic que se daban codazos para conseguir aquí apartamentos para rentar, abrían sus elegantemente decorados balcones a la vista de la nueva Caracas.
Eran las primeras terrazas escalonadas de la ciudad y habían sido modeladas según los hermosos y sofisticados balcones urbanos en los Roof-tops de Nueva York. Los tres triángulos estrellados de los tres edificios unidos que es el Galipán hacen una planta residencial formalmente agraciada, que resulta bien difícil de cambiar de uso. Más en los tiempos actuales, aunque aún viva allí mucha de la gente inicial, el edificio es prácticamente de oficinas. Sincerar el cambio de uso sin destruir el edificio es un reto para quien quiera remozarlo en el futuro.
El respeto, además para la arquitectura del autor del Easo y del Tamanaco, quien ya ha visto desaparecer un edificio suyo (el Cine Lido) en las inmediaciones, es un deber moral que tendrá que ser tomado en cuenta.
Y no hay nada menos "guinandiano" que los vidrios-espejo de colores galácticos. Imagino también la Librería del Este en la planta baja, que empezaba a elaborar su larga trayectoria librera de calidad, y por el oeste la Galería Adler-Castillo, quizás más tarde, haría otro tanto con el arte.
Veo esta arquitectura urbana, recién construida, cuyos Lobbies son un muestrario de materiales de lujo graciosamente encastados, con la Sastrería Carlone y la Casa Christian Dior, y una espléndida exhibición de automóviles BMW en el local central, convirtiéndose en el enclave del dandysmo caraqueño de los cincuenta.
Este hábil cuerpo transparente longitudinal, del cual su arquitecto está muy orgulloso y que recibe encima horizontalmente el nombre del edificio, elabora con otra serie de elementos una "oda al automóvil" de la que también hablábamos hace trece años.
Armando un frente continuo a la avenida, se yuxtapone a las concavidades de los volúmenes del edificio.
Nota de Hannia Gómez, sobre su última mirada al antiguo edificio, hoy demolido.
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